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Comunicación y literatura oral (2002)

Dime qué cuentas y te diré ... (2002)

Los tabúes y lo políticamente correcto (2003)

Palabras sonoras (2003)

Gajes del oficio (2006)

El  Tiempo (2008)

Nabiza (2008)
Comentarios 



Festivales de narración oral (2005)

¿Qué hace un chico como tú en un lugar como éste? (2006)
Libros comentados




Els músics de Bremen

El anillo mágico y otros cuentos populares rusos

Cuentos Del Cuervo. Mitos y leyendas de los indios haida

Los niños tontos

Las cabritas de Martín

Arte y trama en el cuento indígena







Comunicación y literatura oral 

(Editorial, Revista n, número 4. Solstici d'estiu del 2002).

Hablar es un acto cotidiano al que todos tenemos acceso. Puede parecer muy sencillo pero en realidad tiene motivaciones y repercusiones muy profundas. 
La oralidad, decir hablando, es un medio, una forma de relación. Es "la forma de mediación humana fundamental". Es por tanto un hecho social, un hecho de comunicación que surge de la necesidad de expresión de un individuo que utiliza la palabra hablada para provocar un efecto en algún otro.

Estas palabras cargadas de significados, ordenadas y relacionadas entre sí por las reglas del lenguaje, recogen toda la experiencia de un grupo humano, sus relaciones internas y con el entorno, su percepción de la vida, sus miedos y preocupaciones y son a su vez un elemento cohesionador e identitario. 
La comunicación oral implica la utilización de otros elementos además de las palabras: la voz, con todos sus matices y poder seductor, la fuerza de la mirada, los gestos y movimientos y reclama, sobre todo la presencia física de los participantes. En ese ambiente de cercanía, de relación, podemos "decir", practicar la oralidad para compartir muchos tipos de mensajes el contenido de los cuales puede ser muy diverso.

Pero la oralidad implica también un elemento básico de la condición humana, la memoria. Y es por ello que en la comunicación oral los mensajes adoptan unas formas cargadas de elementos que permiten recordarlos: ritmos, repeticiones, redundancias.

Y es en ese esfuerzo de hacer significativo el mensaje, en ese empeño de "decir bien", en esa misión de llegar a la memoria que la literatura oral ha desarrollado diferentes géneros dentro de los cuales encontramos los mitos, las leyendas y los cuentos.

Es ahora, en los inicios de un nuevo milenio en el que la comunicación se ha ampliado y diversificado, primero a través de la escritura y después de todos los medios de comunicación electrónica, que es fundamental reforzar los cimientos de nuestra esencia humana, volver a aquella vieja forma de relación no como un paso hacia atrás, sino como una manera de fortalecer nuestro presente. Volver a hablarnos y a escucharnos, volver a mirarnos y sentirnos, a recordar, evocar e imaginar.

Aquí y ahora, esa pequeña parcela de la literatura oral que son los mitos, cuentos y leyendas y esos espacios de comunicación que giraban en torno al fuego se han de vestir a la última moda para cumplir nuevas funciones.

¡Tenemos cuentos para rato!

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DIME QUÉ CUENTAS Y TE DIRÉ...

(Publicado en Revista n no. 4 Solsticio de verano 2002) 

Independientemente de las habilidades comunicativas que el narrador oral debe tener, su materia prima son los cuentos, los relatos.

¿Qué relatos elegir? ¿Cómo crear el repertorio?  

El por qué un cuento nos gusta es bastante subjetivo y personal.

En la mayoría de los casos elegiremos aquel relato que nos impresiona, que nos atrapa. ¿Porqué este y no aquel otro? Puede ser porque en ese relato encontramos un eco de nosotros mismos, encontramos un espejo. Nos reconocemos conscientemente en algún personaje, en algún paisaje o en algunas acciones.

La elección de un relato es un proceso muy íntimo en el que nuestro bagaje sociocultural, nuestra experiencia e historia personal, nuestros gustos, creencias y tendencias serán una pieza clave. Porque para encontrar aquel relato que nos atrape, ya sea en un libro o en la boca de alguien, debemos sobre todo escuchar1. Tomar conciencia, si ya hemos narrado delante de un público, de lo que los chicos o grandes disfrutan y gustan de oír o en caso contrario, de lo que a nosotros mismos nos hace vibrar y disfrutar cuando escuchamos a otro. 

Una vez hecha la selección comienzan las preguntas, las pruebas. 

Primera Prueba:

¿Este relato2 puede ser narrado? ¿Se puede contar?

Queremos ser narradores orales y por lo tanto, nuestro medio de expresión es básicamente, la palabra viva, hablada. Y la palabra necesita ser escuchada para que se dé la comunicación. Por tanto al hacernos esta primera pregunta debemos pensar en el otro, en las escuchas que recibirán nuestras palabras. Y ¿qué debe tener este mensaje oral para ser atractivo, para que encuentre orejas dispuestas a recibirlo y memorias dispuestas a acogerlo?

Un día durante una sesión, un niño, que no debía tener más de 10 años, me dijo: “vale, vale, pero dime qué pasó” Más allá de la impaciencia y de la prisa por vivir propia de su edad me decía algo muy importante: quiero que me cuentes cosas que pasan.

Esto me lleva a pensar que en la tradición oral además de las características de personajes, objetos y lugares que pueden ser magistralmente descritos, el meollo del asunto es lo que pasa, las cadenas de acciones o acontecimientos en que estos personajes, objetos y lugares se ven inmersos.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano, uno de mis preferidos, escribe cada semana en un diario de México lo que el llama Ventanas, las llamará así tal vez porque las ventanas son esos espacios a través de los cuales se puede mirar la realidad. Las Ventanas son pequeños textos capaces de movernos hasta la última partícula. También hay ventanas en su libro Las Palabras Andantes y estos pequeños textos aparecen en muchas de sus obras, como en El libro de los abrazos. Y como muestra un botón:

“Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:

  • La uva –le susurró- está hecha de vino.

Marcela Pérez –Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”3

Me gusta, y mucho. Me identifico, me veo reflejada y me gustaría compartirlo con otros. Pero entonces tomaría el libro y leería o repetiría, palabra por palabra, de memoria, las palabras de Galeano.

Pienso que como recreadores de relatos, como contadores de cosas que pasan no es lo que nos ocupa. 

Si hemos superado la primera prueba, si hemos identificado en el relato “las cosas que pasan”, podemos llegar a la segunda prueba. 

Segunda prueba:

¿Qué me dice este relato?

Partiendo de que cada relato tiene una estructura, una lógica interna, una edad y una carga cultural, habrá que preguntar: ¿cuál es el significado de cada personaje, de cada lugar, de cada objeto, de cada acción?

Este es el momento de entablar una relación muy personal con el relato con la intención de hacerlo parte de nosotros mismos, de metabolizarlo. Es un momento de análisis para llegar a conocer, lo más profundamente posible, el relato elegido.

No podemos descuidar que como individuos formamos parte de una colectividad, desde la más cercana e íntima hasta la dimensión universal del hombre, la gran familia humana. De que paseamos entre lo privado y lo público y de que cada uno de estos ámbitos marca y condiciona formas de ver la vida, éticas y morales.

Me propuse contar un cuento en el que aparece un personaje, que llamaré, por decirlo de alguna manera “malo”. Este personaje esta representado por una esclava negra. Este cuento, de tradición oral, fue fijado en la escritura en el siglo XVII, de manera magistral por Giambattista Basile4. En ese contexto una “esclava negra” representaba el estrato más bajo de la estructura social y concentraba todo lo peor de un ser humano, era un ser despreciable.

Conservar las características morfológicas del personaje en nuestro momento histórico me parece una irresponsabilidad. Sobre todo porque, para la lógica interna del relato, el hecho de que el personaje sea mujer, negra y esclava, no es importante. Sin embargo su calidad como persona es determinante.

Es por eso necesario hacer al relato elegido todo tipo de preguntas: ¿y qué pasaría sí...? ¿Y sí en lugar de...? ¿Y si quito...? ¿Y por qué eso o allí o de aquella manera?

Cuando hayamos encontrado respuestas, y si son satisfactorias,  podemos aún hacernos otra pregunta: ¿aún me emociona, aún me tiene atrapado este relato?

Si la respuesta es negativa podemos dejarlo descansar. Tal vez no era el momento, tal vez más adelante lo volvamos a encontrar y entonces sí...

Si por el contrario la respuesta es si, llegamos a la tercera prueba. 

Tercera Prueba:

¿Cómo lo cuento?

Es el momento de conjugar la experiencia y la sensibilidad, momento de recordar5, de recordarnos como narradores o como oyentes. Momento delicado y de profunda reflexión.

Identificada cada parte del relato, toca elegir la paleta de colores: ¿qué intenciones? ¿Qué tonos? Pincelada impresionista o detalle figurativo.

¿Y el ritmo? ¿Qué cadencia?

Como narradores orales tenemos el compromiso, adquirido de buen grado, de vestir al lenguaje con su función poética. ¿Qué palabras? ¿Qué combinaciones? ¿Qué silencios? ¿En qué momento? 

Una vez superadas estas tres pruebas tendremos la urgencia, la necesidad de llevar ese relato a su destino: la escucha de otros.

Es entonces cuando comenzamos otro proceso, el de sembrar esta semilla, este relato en la escucha de otro y en la de nosotros mismos. A partir de aquí y si tenemos cuidado y las condiciones del entorno son propicias, el relato podrá crecer, florecer y dar fruto y nosotros lo haremos con él.

Seguiremos manteniendo con él una intima relación de conocimiento, reconocimiento y en cierta medida, de dependencia. Los relatos se han preservado, han crecido gracias, en parte, a los narradores que los han contado.

Esta relación relato – narrador puede ser muy placentera, pero también peligrosa. No sé si existen relatos capaces de “matar” al narrador. De lo que sí estoy segura es de que el narrador puede “hacer desaparecer” al relato, y sin que parezca un accidente.

El relato se nos revela entonces como una pareja frágil a pesar de su fuerza; delicada, a pesar de su indestructible estructura y sumamente amorosa porque casi depende de su media naranja, del narrador, para seguir existiendo.

Como narradores necesitamos cosas qué contar, cosas que decir, necesitamos relatos, son nuestro alimento y ya se sabe lo importante que resulta cuidar la dieta para mantener una buena salud. Elegir buenos productos, cocinarlos adecuadamente y comerlos poco a poco, masticando bien nos asegurará una larga vida como narradores.

      Martha Escudero Guerrero

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Los tabúes y lo políticamente correcto 

Martha Escudero para Calco No. 6, enero 2003 
 

Anita formaba parte de una gran familia llena de tíos, primos, tías abuelas, primos segundos y otros tantos parentescos que ella nunca se detuvo a analizar.

Las reuniones familiares eran muy divertidas, llenas de gente y posibilidades de juego. En aquellas reuniones solía pasar una cosa que a Anita le parecía rara. Una de sus tías generalmente desaparecía de la reunión por un rato y cuando volvía a aparecer se la veía más contenta. A veces su tía perdía el equilibrio y se caía o se quedaba dormida en medio del barullo. Eso a Anita no le parecía raro. Lo raro era que siempre, los adultos, la estuvieran buscando, siempre preguntando por ella, como si la vigilaran.Lo que pasaba es que a Anita nunca le dijeron que su tía era alcohólica y que eso era una enfermedad. De eso no se hablaba. 

Tenía otra tía, tía segunda o algo así porque era prima de su mamá, que al dirigirse a su padre le decía: “señor Padilla”, además de tratarlo de usted. Para Anita eso era extraño, ella a su padre le día papá o papito y no le hablaba “de usted” como a un desconocido. Anita no sabía que su tía había sido hija natural y que el señor Padilla era se “padrastro”. Era de mal gusto comentarlo. 

También tenía un tío que era rico. Lo visitaban una vez al año, por Navidad. Anita lloraba amargamente porque, de toda aquella gran cantidad de regalos maravillosos que había bajo un gran árbol muy adornado, sus primos ricos recibían muchos y ella uno solo. Nunca le explicaron de las diferencias sociales.

¿Y por qué, se preguntaba Anita, habían dejado de visitar al tío Benito? Se divertía tanto jugando con su enorme colección de aviones, barcos, tanques y solados de todos los ejércitos. La muerte del tío Benito se silenció durante mucho tiempo. 

Anita creció, y pasó los mejores años de su vida tratando de comprender aquella otra cara de la realidad de la que nunca le hablaron. 

Nacemos inmersos en una comunidad, desde la más pequeña y próxima de lazos consanguíneos, hasta la gran familia humana.

Todo grupo humano ha desarrollado mecanismos que regulan sus relaciones y sustentan sus estructuras de poder. Prohibiciones, convenciones y prejuicios que garanticen la estabilidad y el dominio.

Actualmente “la cultura neoliberal requiere de sociedades postradas y acríticas. Objetivos que se alcanzan cuando se empieza desde muy abajo, con los más chiquitos” (José Steinsleger, en el periódico La Jornada, México, 14 de agosto de 2002) 

Lo bueno sin lo malo, la vida sin la muerte, el éxito sin el fracaso, el acierto sin el error, la alegría sin la tristeza, una visión parcial de la realidad que alimente la ignorancia y la incomunicación.

“...la democracia viable fue pensada, justamente, para negar el idealismo de El Quijote, la sensualidad de Las mil y una noches y la autonomía del joven Jack Hawkins en La isla del tesoro. Estas obras son subversivas y el modelo pedagógico dominante exige lobotomizar a la juventud que se atreva a ser altruista, gozadora y aventurera” (ibid) 

¿Qué hacer ante tal situación? La abuela de Pablo lo supo, en el cuento de Concha López Narváez, Las cabritas de Martín, al ver a su nieto tan triste por la muerte de su amigo Martín y de sus cinco cabritas, ella le habló. Y le contó como Martín había llegado al cielo y cómo había negociado su entrada y la de sus animalitos. Pablo pudo dormir tranquilo sabiendo que, cuando se fuera al cielo, podría llevarse a su tortuga (Las cabritas de Martín, Concha López Narváez. Fondo de Cultura Económica. México, 1995) 

Hablar. Hablar de aquella otra parte de la realidad que también existe, de esa otra cara de la moneda que la “cultura globalizadora” insiste en ignorar. En los relatos provenientes de la tradición oral, mitos, cuentos y leyendas, y en muchos textos literarios podemos encontrar una visión global de la realidad, sobre todo si tenemos cuidado de buscar y comparar para encontrar la mejor versión.

Un relato bien escogido, complementado con la calidez de la voz, la expresividad del gesto y la intensidad de la mirada, contribuirá a abrir conciencias, a desatar imaginaciones, a comprender temores, a ubicar miedos y, en resumen, a formar seres humanos completos.

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PALABRAS SONORAS

(Publicado en Revista n no. 6 Solsticio de verano 2003) 

Las palabras suenan. Antes de aprender que existen unos signos con los que podemos representar gráficamente los sonidos y que combinados forman palabras, nos familiarizamos con el sonido de las palabras. Incluso antes de saber el nombre de cada signo, de cada letra, sabemos su sonido. La EME es en un principio, mmmm. Y es en este aprendizaje que vamos saltando de sorpresa a desencanto, de conocimiento a decepción.

Cuando era pequeña, mi madre, cada viernes primero de mes, nos reunía a mis hermanos y a mí para la oración mensual. Ella encendía una vela y comenzaba la oración, que ve tú a saber por qué, tenía ritmo de oración, o sea, rapidito. Mis hermanos y yo arrodillados y llenos de devoción contestábamos al ruego:

-“Ven espíritu santo consolador” -decía mi madre. Y nosotros: -“benymueveloscorasonesquemepuedanacerelbien” (nótese que en México tanto la c como la z suenan como s y que la h, pues no hace falta ponerla porque es muda).

Yo no analizaba mucho lo que estaba diciendo, pero una pregunta me rondaba la cabeza: ¿este Beny que mueve los corazones será el mismo que canta en aquel grupo de rock-and-roll?

Por la misma época, y conforme se iban ampliando mis conocimientos sobre la fauna terrestre, llegué a la conclusión de que las “cebradas” debían ser unos animales parecidos a las cebras, pero que algo tendrían que ver, por ejemplo,  con las vacas, porque en mi casa comíamos carne de pollo, de cerdo, de res (o sea de vaca que era mucho más barata que la de ternera) y claro, de cebrada. Además esta carne era el ingrediente principal de uno de mis platillos favoritos: “tortasdecarnedecebrada”.

Cuando comencé la educación formal en la escuela primaria del barrio cada lunes, antes de comenzar las labores, todos los niños y niñas nos formábamos en el patio, por grupos, y entonábamos el himno nacional. La letra de tan insigne canto estaba llena de misterios: ¿qué era un “masiosare”? Y ¿cómo era eso de prestar el acero y también a un bribón?

Ir desvelando misterios y encontrando respuestas, ni buenas ni malas, solo respuestas, es uno de los síntomas del crecimiento y fue así que me enteré que aquel cantante de rock no tenía nada que ver con el bienestar de mi corazón, porque en realidad lo que la letanía decía era “ven y mueve los corazones...”, cosa que me tranquilizó. No así cuando descubrí que la cebrada, aquel exótico y noble animal ¡no existía! Tremenda decepción. Aquellas tortas se reducían a carne de res deshebrada, o sea cocida y deshilada,  mezclada con huevo.

El conocimiento de la osadía y de aquella manera tan elegante de hablar llegó después para aclarar que un “masiosare” no era nada especialmente patriótico, solo se refería a aquel verso del himno nacional mexicano, bastante aguerrido por cierto y cuya música escribió un catalán, que dice “más si osare un extraño enemigo”. También se aclaró lo de prestar acero y lo del bribón aquel: “...el acero aprestad y el bridón (que tiene que ver con la nomenclatura de una pieza de artillería).

Aprendía a escribir, leer y pronunciar estas palabras incluso sus significados, pero ¡que bonitas eran las otras! ¡Que sonoridad, que sugerentes!

A veces cuando cuento cuentos a niños y jóvenes, las profesoras o bibliotecarias (vale, hay algunos hombres, pero menos de lo deseable) me han comentado que utilizo palabras que los chicos no entienden.

Recuperar esta historia personal me ha servido para tener la certeza de que si a las escuchas jóvenes llegan palabras nuevas, estas pueden quedar, por su sonoridad, por su intención, guardadas en una parte del recuerdo y  que algún día esas palabras florecerán en los labios y en las conciencias del que algún día las escuchó.

Me dedico a decir palabras y tengo el compromiso de escoger las mejores. 

Martha Escudero

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FESTIVALES DE NARRACIÓN ORAL

En lo que va de año he tenido la oportunidad de participar en diferentes festivales de narración oral en diferentes puntos de la geografía ibérica. Después de esta experiencia me he preguntado, aunque parezca muy elemental, ¿para qué sirven los festivales? 

Para el narrador participante puede representar un cúmulo de ventajas:

Conocer el hacer de otros narradores y tener la posibilidad de compartir con ellos experiencias, intercambiar ideas, enriquecer visiones; conocer a un público de un entorno cultural diferente; viajar y conocer otros lugares; sumar experiencia y hacer currículum. 

Pero claro, ¿qué sería del narrador sin el oyente? Poca cosa. Por eso un elemento muy importante es el impacto social de esta actividad. Para la ciudad o el entorno en el que se verifica el festival podría representar un enriquecimiento y diversificación de la oferta lúdico-cultural. Y para la narración oral sería un fortalecimiento y la cristalización de uno de sus objetivos: llevar la narración a un mayor número de personas. 

Imprescindible es decir que admiro y agradezco el esfuerzo y el trabajo de las

personas que abocan sus sudores en la organización de estos festivales, es verdaderamente loable su dedicación. Y es en parte por esto que resulta muy

triste cuando, dentro de un festival, realizas una sesión delante de un público de 12 personas, que se lo pasan muy bien y tu como narrador también, pero ¿tanto esfuerzo lo vale? Y cuando digo esfuerzo me refiero no solo al trabajo de los organizadores, sino también a los gastos que representan movilizar a tanta gente (léase narradores participantes). Románticamente podríamos decir que sí lo vale, que ahí donde haya alguien dispuesto a escuchar lo vale, pero yo no me puedo quedar con esta idea ni con la más frívola e interesada de que a mi me pagan y ya, no. Porque, seamos sinceros, la gente que organiza los festivales se cansan y los que ponen el dinero para ello, si no lo ven rentable posiblemente también. ¿Qué se necesita para que un festival tenga trascendencia social, para que interese al público? ¿Una plantilla de narradores internacionales que el público no conoce?, ¿Un presupuesto millonario con anuncios por televisión y carteles tapizando la ciudad? ¿Un milagro de Santa Eulália?  

Creo que el reconocimiento social de la narración oral pasa por una labor local pequeña pero continuada que comienza con la solidez de los narradores y para alcanzarla un narrador, entre otras cosas, necesita espacios para narrar, necesita narrar ante una audiencia, esto lo irá haciendo crecer y consolidarse. Espacios para narrar periódicamente, que vayan creando un público, que vayan convirtiéndose en lugares de referencia para las personas que gustan de escuchar  y contar cuentos. Lugares que se difunden por el boca-oreja (mira, igual que los cuentos) y que vayan creando el gusto, la afición y la necesidad. 

¿Y si se sumaran esfuerzos para ir creando pequeños circuitos de narración, para ir consolidando espacios (bares, centros cívicos, bibliotecas, plazas. Afortunadamente existen ya experiencias importantes al respecto), para fundar el Festival Permanente de Narración Oral? ¿No habremos comenzado a construir la casa por el tejado? 

Ya lo dice la canción “soñar no cuesta nada”. Mientras tanto sigamos disfrutando de los festivales de narración, que para una servidora, narradora de profesión, son una gozada. 

Como orientación de los festivales que se organizan en el Estado Español pueden consultar la web:

http://www.maratondeloscuentos.org/centro/catalogo/eventos.htm

(algunas fechas no están actualizadas) 

M.R.E.

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Gajes del oficio

(Publicado en revista Tantágora no. 2 Primavera 2006)

Yo cuento, tu cuentas, todos contamos

Todos hemos oído contar cosas, explicar lo que sucedió en la escalera, en el colegio o en la oficina. De hecho todos contamos: cosas que nos han pasado o  cosas que sentimos y pensamos, sueños y recuerdos o bien alguna película que nos ha gustado, el libro que estamos leyendo o el último capítulo de la serie de moda en la televisión.

Todos contamos, es una necesidad del ser humano, aunque hay que reconocer que no todos tenemos la misma elocuencia y habilidad comunicativa y que en algunos casos las narraciones han de ser interrumpidas por un pobre interlocutor desorientado que pregunta: “¿quién le dijo a quién?” o “eso ¿pasó antes o después?” y que zozobra en un mar de “no te escucho”, “no te entiendo” o “¿me lo puedes volver a repetir?”. Aún así hacemos nuestro mejor esfuerzo porque necesitamos contarnos, comunicarnos y relacionarnos con los demás.  

Contar cuentos

Pero un día nos encontramos con una persona que cuenta cuentos. Y resulta que ese día, esa persona hace que se nos ponga la carne de gallina o que la sonrisa e incluso la risa o la carcajada nos tomen. Hace que suspiremos y que el corazón nos lata más de prisa o que las lágrimas broten y resbalen sin pudor. Hace que, por un momento, nos olvidemos de dónde estamos, de nuestras preocupaciones y de nuestra agitada vida. Hace que el tiempo se detenga o que se abra un enorme paréntesis, hace que nos vayamos a otro sitio y a otro tiempo. Y luego, dulcemente, nos hace recobrarnos.  

Esto es una maravilla que no pasa con frecuencia ¿Qué tiene esa persona que lo ha conseguido?, ¿qué hechizo o encanto, qué magia practica?

La respuesta es sencilla: esa persona es una habladora, en el buen sentido de la palabra, y lo que cuenta son cuentos.

Pero si la gran mayoría nos expresamos oralmente para  comunicarnos y con ello relacionarnos ¿qué tiene esa persona que cuando habla nos fascina y emociona?

Algo elemental, cuestiones de oficio. 

El oficio

La persona que cuenta cuentos se sabe inmersa en el mundo de la oralidad. En ese espacio sonoro en el que el discurso desaparece tan pronto como se articula y en el que, por tanto, no hay ningún lugar físico, fuera de nuestra mente, donde podamos reprender el hilo si lo hemos perdido. Los sonidos no se pueden ver, no se pueden consultar, “las palabras se las lleva el viento”.

Lo que sucede en ese universo sonoro es inmediato y siempre tiende a unir, a crear una relación con el otro.

Lévi-Strauss explica que “si reparamos en las realizaciones de la humanidad siguiendo los registros disponibles en todo el mundo, siempre verificaremos que el denominador común es la introducción de algún tipo de orden”1, y la oralidad no es una excepción, tiene reglas que logran un acuerdo, o entendimiento, entre el emisor y el receptor. Una regla básica es la utilización de un sistema determinado de signos, es decir, un lenguaje. 

Las herramientas

La persona que cuenta cuentos sabe que para moverse en el mundo de la oralidad su principal herramienta es el lenguaje oral y por ello se ha preocupado de ser diestro en su manejo conociendo sus componentes y aplicándolos  de la mejor manera posible.  

Es consciente, por ejemplo, de la importancia de su voz y sabe que ha de ser armoniosa. Algo así como la perfecta ensalada que combine equilibradamente ingredientes como el tono, el ritmo, la velocidad, el timbre o la intensidad sin dejar de lado las dosis necesarias de entonación,  resonancia,  claridad e inflexión.  

Sabe que las palabras que salen de su boca han de ser articuladas con precisión y cuidado porque que cada una es una piedra preciosa. Su labor es como la del cortador de diamantes que ya en bruto son valiosos, pero que adecuadamente pulidos son para toda la vida.

Colocando esas palabras-gemas  en una posición ponderada, antecedidas y seguidas por la palabra-gema ideal en un orden necesario, tratará de hilar un hermoso collar que será único.

Es muy conciente de para quién esta hilando ese collar, está ahí, con ella, compartiendo un tiempo y un espacio. Por eso utiliza las palabras que intuye más adecuadas y precisas. Sabe cuáles deben ser porque lo lee en la cara, lo huele en la mirada, lo siente en el cuerpo del que esta ahí, del que le escucha. Este es uno de los trucos de la persona que cuenta cuentos, ser una gran “escuchadora”: 

“El signo más visible de una buena competencia comunicativa recae precisamente en la capacidad de escuchar. Y saber escuchar quiere decir ser capaz de hacerlo con todos los sentidos, con los ojos, la cara, los oídos, las manos y todo el cuerpo.”2 

El ejercicio del oficio

Y se lanza entonces a contar mentiras, fabulaciones. A crear y recrear ficciones, cosas que no son así ni serán así, pero que cuando esa persona las cuenta, suceden. Y todos necesitamos escucharlas porque necesario es para aprehender la vida.

Y entonces utiliza otro de sus trucos, uno de fina estrategia: combina lo mejor que sabe y puede la entonación, la melodía y la velocidad con el ritmo, los silencios, las pausas y el volumen. Porque su experiencia le dice que, por ejemplo, un tono agresivo crea tensión en los receptores y un ritmo monótono distrae la atención.

Siguiendo con la estrategia busca miradas. Sus ojos tratan de encontrar la mirada del otro para sentirse cerca y romper posibles barreras, además de compartir emociones y sentirse escuchado.

Y todo esto se adereza con sus emociones, que con toda sinceridad asoman por el balcón de su rostro:

“Las emociones son un pequeño milagro de nuestro cuerpo que lucen, sobre todo, en la cara”3

En el ejercicio de su oficio trata de poner toda su emoción y conocimiento, su habilidad y su arte porque tiene muy claro su objetivo: quiere seducir con la palabra.

Y sabe que si lo consigue habrá un momento, tal vez solo un instante que será único e irrepetible.  
 

La atención al cliente

La persona que cuenta cuentos sabe que no tendría razón de ser si el otro no estuviera, solo existe si es escuchado. Y sabe también que mientras cuenta está inmersa en un viaje que discurre siempre adelante. Un viaje en el que no hay marcha atrás y que no tiene sentido si se hace en solitario.

Por eso cuando cuenta procura que sus pasos contengan el paso de los demás, trata de interpretar reacciones, intuir deseos y percibir emociones; mira de escuchar para ser escuchado.

Cuando en mayor o menor medida lo logra, cuando consigue compañeros de viaje o dicho de otro modo, orejas dispuestas a seguirlo, continua escuchando para construir conjuntamente un camino novedoso y cambiante: ahora más llano o con un trecho que habrá que pasar de puntitas más adelante y posiblemente después un atajo; siempre un camino placentero y asequible para todos los viajeros. Esa persona que cuenta cuentos disfruta de conocer el final del trayecto, o el final del cuento, pero disfruta aún más cuando consigue viajar en compañía.  

La narración oral de cuentos

Si esa persona nos ha hecho estremecer, soñar, pensar en otros mundos posibles contándonos cuentos, conoce su oficio. Un oficio que podríamos definir como “narración oral de cuentos”, o como “contar cuentos de viva voz”.

Sea como fuere, este es un oficio de creación y recreación que en todo momento, sirviéndose de la belleza, trata de infundir deleite espiritual, características propias del arte.

Es también un proceso, una serie de acciones que son sucesivas y cambiantes en las que no se puede dar marcha atrás. Acciones en las que siempre participan como mínimo dos personas, la que habla y la que escucha que se relacionan a través del intercambio  y la interpretación. Es decir, este oficio es también un hecho de comunicación que utiliza como propio el lenguaje oral.

Y ese hecho, ese momento de relación y disfrute en que la palabra sonora nos acuna, es un suceso efímero.

Así pues, la persona que practica este oficio, podríamos llamarle narrador oral de cuentos, no solo sabe qué y cómo lo hace, sino que sabe además que su materia primera son los cuentos. ¿Y qué son los cuentos? Las mentiras más maravillosas que la mente humana ha concebido y de los que tenemos mucho que hablar y mucho que aprender. 

Martha Escudero

Narradora oral de cuentos

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El tiempo
(Publicado en Revista n no. 2 segona època, solsticio de invierno 2008)

Cuenta la mitología que el Caos generó a Gea, digamos la tierra, y de ella surgió Urano, el cielo. Gea y Urano permanecían juntos, pegados. Urano cubría a Gea en todas y cada una de sus partes y hacía lo único que sabía, y en esa situación, podía hacer: penetrarla. Esta cópula permanente provocó que Gea fuera concibiendo hijos, pero estos no podían nacer, no podían salir de su madre porque la salida estaba constantemente ocupada por Urano. Gea estaba harta de esta situación, se sentía comprimida y sofocada  y convocó a sus hijos para acabar con ella. Solo el menor estuvo dispuesto a ayudarla. Así que Gea entregó a su hijo una hoz de hierro blanco y el más pequeño cercenó aquella parte de su padre que impedía la salida. Urano "lanza un alarido de dolor y se aleja rápidamente de Gea. Se establece entonces en la cima del mundo, de donde no se moverá jamás"(1) Y es entonces cuando se abre un espacio entre el cielo y la tierra, el espacio que habitan todos los seres. Y es entonces cuando, gracias a la intervención de Cronos, el hijo menor de Gea, comienza a correr el tiempo.

A la manera de Atanasiu, podemos decir que hay tiempo muerto, tiempo libre, tiempo al tiempo. Poco tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo del mundo. Hay otros tiempos, buenos tiempos, malos tiempos. Podemos perder el tiempo, contar el tiempo, robar el tiempo, ganar tiempo, sumar tiempo. Pero sobre todo, el tiempo es oro.

Y es el tiempo uno de los factores claves en la narración oral. La narración transcurre en el tiempo y cada cuento tiene un tiempo propio. Hablemos en primer término del tiempo del cuento. Para ello me serviré de las reflexiones de Italo Calvino: "...el relato es una operación sobre la duración, un encantamiento que obra sobre el transcurrir del tiempo, contrayéndolo o dilatándolo"(2).
En cada cuento se suceden acontecimientos que van marcando un ritmo, un tiempo. Este tiempo puede ser cíclico o puede dilatarse e incluso detenerse. Pensemos en un cuento tradicional. Generalmente lo ubicamos hace mucho tiempo y, partiendo de una situación y circunstancia, a nuestro protagonista le pasarán cosas: tendrá que ir a buscar algo, caminará y caminará, correrá peligrosas aventuras y finalmente volverá transformado. Cuando narramos una historia de este tipo no decimos ni pensamos si el protagonista a caminado durante horas, días o años; no nos planteamos su edad; no nos cuestionamos si es físicamente posible todo lo que le sucede porque no es eso lo importante, porque ese tiempo es relativo, porque lo que importa es esa sucesión de acontecimientos que mantendrá el interés del que escucha. Hace tiempo durante una sesión en una biblioteca, un niño de unos 6 o 7 años me dio una lección muy importante: yo contaba una historia y en un momento en el que me regodeaba en la descripción de las características de un personaje, el niño dijo: "vale, vale, pero ¿qué pasó?" Y es que lo más importante es que pasen cosas. Calvino dice que la primera característica de un cuento tradicional es su economía expresiva "...todo lo que se nombra tiene en la trama una función necesaria ... las peripecias más extraordinarias se narran teniendo en cuenta solamente lo esencial; hay siempre una batalla contra el tiempo, contra los obstáculos que impiden o retardan el cumplimiento de un deseo o el restablecimiento de un bien perdido"(3). El tiempo en el cuento es generalmente relativo.

Hablemos ahora del tiempo de la narración. Cuando tenemos la oportunidad de disfrutar de una buena sesión de narración, nos sorprende cuando el narrador dice "y para acabar..." ¡como que para acabar! ¿ya está? El tiempo, ese tiempo que contamos con nuestros relojes, se nos ha pasado volando. Es una de las virtudes de la narración. Pero ¡cuidado! ese momento de escucha puede convertirse en un suplicio, en un rato largo y pesado si el narrador no es hábil. Me vuelvo a servir de Calvino que cita un cuento de Boccaccio en el que un grupo de personas salen a dar un paseo y uno de los caballeros ofrece contar un cuento para hacer más llevadero el camino:
"-Doña Oretta, si queréis, os llevaré gran parte del camino que hemos de andar como si fuerais a caballo, con una de las más bellas novelas del mundo.
La señora respondió: -Señor, mucho os lo ruego, que me será gratísimo.
El señor caballero, a quien tal vez no le sentaba mejor la espada al ciento que contar historias, oído esto comenzó una novela que en verdad era en sí bellísima, pero que él estropeaba gravemente, repitiendo tres, cuatro o seis veces una misma palabra, o bien volviendo atrás y diciendo a veces: "no es como dije", y equivocándose a menudo en los nombres, sustituyendo uno por otro; sin contar con que la exponía pésimamente, según la calidad de las personas y los hechos que sucedían.
Con lo cual a doña Oretta, al oírlo, a menudo le entraban sudores y un desmayo del corazón, como si estuviera enferma y a punto de morir; cuando ya no lo pudo aguantar más, viendo que el caballero se había metido en un atolladero y no sabía cómo salir, le dijo placenteramente:
-Señor, este caballo vuestro tiene un trote demasiado duro, por lo que os ruego que me dejéis seguir a pie".
Y Calvino comenta: "El cuento es un caballo: un medio de transporte, con su andadura propia, trote o galope, según el itinerario que haya de seguir ... Los defectos del narrador torpe enumerados por Boccaccio son sobre todo ofensas al ritmo, además de defectos de estilo, porque no usa las expresiones apropiadas a los personajes y a las acciones..."(4)

Este pequeño relato es una verdadera lección del arte de la narración oral y valdría la pena analizarlo punto por punto, pero no es ahora el tema que nos ocupa.

Pasemos a hablar de otro tiempo: del tiempo del que disponemos para narrar. Romántico e idílico sería contar con todo el tiempo del mundo para narrar nuestras historias. Noches enteras, horas y horas y un público dispuesto a escuchar. Pero lo cierto es que no es así. Debemos ceñirnos a un horario. Siempre nos preguntarán: ¿cuanto dura el cuento (o la sesión)? Y tenemos la obligación de saber contestar y de contestar verídicamente. Un narrador debe saber cuánto tiempo durará la marcha de su caballo y deberá ser consiente de si su caballo está cansado o lleno de energía. Es decir, debe tener una idea de la duración de cada relato y de las posibles variaciones debidas a cambios en la velocidad de la narración provocadas, frecuentemente, por diferentes estados físicos y/o anímicos. Cuando nos planteamos estructurar una sesión y escogemos los cuentos que la integrarán, tenemos que saber, dependiendo de la duración total de la sesión, cuántos cuentos podemos contar. Generalmente una sesión dura entre 50 y 70 minutos, dependiendo del tipo de público y de la situación. No es lo mismo contar para niños de 5 años que para adultos. Pero me atrevería a decir que incluso un público entrenado en escuchar y que guste de los cuentos, no tolera más de hora y 20 minutos. Recordemos que, actualmente, la vida corre muy deprisa, siempre tenemos cosas que hacer y el tiempo destinado a la escucha apenas comienza a valorarse.
Y qué decir cuando compartimos una sesión con otros narradores o participamos en una maratón. Es fundamental ser consientes del tiempo que tenemos para narrar y elegir el cuento que mejor se adapte a ese lapso. Excedernos en el tiempo que teníamos destinado para narrar es básicamente una falta de respeto al organizador, al público, a los otros narradores y a nuestro oficio. Denota además una falta de conciencia de nuestras capacidades y habilidades; una falta de escucha, elemento básico para el narrador que le lleva a adaptarse a cada momento y situación; y, en resumen, a una total falta de profesionalidad.
Recordemos siempre las palabras del poeta: "Sabia virtud de conocer el tiempo" (Renato Leduc)

Martha Escudero

 1. Vernant, Jean-Pierre. 2000. El Universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos. Anagrama, Barcelona

 2. Calvino, Italo. 1997. Seis propuestas para el próximo milenio. Siruela, Madrid

 3. op.cit.

 4. op.cit.


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Nabiza

(publicado en la revista Tantágora no. 7, otoño 2008)

Yo debía tener unos 6 o 7 años. Durante lo que llamábamos las vacaciones largas, o sea las de verano, podíamos pasar temporadas en casa de algún familiar. Obviamente cada quien escogía su destino en relación a la cantidad y género de los primos. A mi me encantaba ir a casa de unos tíos que vivían en una pequeña ciudad a unos 100 Km. de la Cd. de México, Texcoco, se llamaba. Además de tener la sensación de estar realmente de vacaciones por el cambio de clima y ciudad, mis tíos tenían 4 hijas. Para mi que tenía 2 hermanos varones, era maravilloso. Poder jugar con otras niñas a cosas de niñas, hablar de cosas de niñas, pelearnos como niñas … Dormíamos todas en la misma habitación, una habitación grande con dos camas de matrimonio. Y cada noche, antes de dormir, mi prima mayor, Isabel, nos leía un cuento. Lejanamente recuerdo varios, pero el que se me quedó rondando por ahí sin yo darme cuenta fue aquel en el que aparecía la frase:

“Nabiza, échame la trenza”

Aquella pobre chica encerrada en una torre sin puerta ni escalera, la bruja subiendo por aquella trenza, el príncipe que consigue subir a la torre, la bruja cortando la trenza, la chica sola vagando por el desierto y el príncipe que al caer de la torre se queda ciego, con los ojos llenos de espinas. También me impresionaba que aquella mujer no pudiera controlar las ganas de comer nabizas, que yo no tenía ni idea de lo que eran, pero ¡cómo era posible que fuera capaz de cambiar a si hija por algo para comer!

 

Nabiza, se llamaba la protagonista. Ahora sé que también se llama Julivertina y Petrocinella y Verdezuela y Rapónchigo y Rapunzel, dependiendo del origen cultural de la versión.

La versión de aquella historia que tanto me impactó, que se corresponde con el tipo 310 ATU,  era la contada por los hermanos Grimm. Rapunzel, es el nombre de la protagonista, Rapónchigo en su traducción al español. Pero aquel cuento que mi prima nos leía debía tener algo que ver con Galicia. Tal vez el adaptador o el editor eran originarios de esas tierras y pusieron ese nombre a la protagonista Si, porque las nabizas son las hojas tiernas del nabo y dicen que dicen en Galicia:

 

"Do nabo sae a nabiza

da nabiza sae o grelo.

Nabo, nabiza e máis grelo

trinidade do galego.

Son tres persoas distintas

un só Deus verdadeiro"

 

Curiosidades en las que me encanta detenerme hoy. Pero para la niña de 7 años lo mejor era cuando la bruja, con voz de mala, decía: “Nabiza, échame la trenza”

 

Elementos del Tipo

 

A)    una mujer embarazada tiene ganas de comer algo que hay en el huerto de una bruja. Lo toma ella misma o manda a su marido.

B)     El intruso es descubierto causando la ira de la bruja. Para librarse, promete entregar al niño o niña. B1. al nacer. B2. a cierta edad

C)    Cuando la bruja tiene en su poder a la heroína, la encierra en lo alto de una torre u otro edificio sin puertas ni escaleras.

D)    La bruja visita periódicamente a la heroína subiendo por los cabellos que ella tira desde arriba. Utiliza una fórmula rimada. D1. cuenta los cabellos

E)     Un príncipe ve o escucha a la heroína y descubre la manera de subir a la torre.

F)     La bruja lo descubre todo. F1. se lo dice la propia heroína. F2. cuenta los cabellos y nota que falta alguno. F3 alguien se lo revela.

G)    Corta los cabello de la heroína y G1. la abandona en un lugar lejano. G2. la transforma en algo. G3. la vuelve fea.

H)    La bruja causa un daño al príncipe.

I)       La heroína y el príncipe se encuentran. I1. después de pasar pruebas. I2. después de un tiempo.

J)       Los daños y transformaciones son reparados.

K)    Se casan.

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¿Qué hace un chico como tú en un lugar como este?

(publicado en Revista n, número 12. Solstici d'estiu del 2006).  

Es lo que se podría pensar al ver a Pep Durán en el Harlem Jazz Club el pasado 4 de marzo.

El Harlem, lugar de cuentos para adultos, de buena música, de copas, con ese tufillo a tabaco y al entrañable y apestoso ambientador (London Night o Paris Nuit, según el día) se fue transformando en un espacio tan cálido y entrañable como ese rinconcito de la cama, bien abrigado con la manta, que todos tenemos en la memoria y en las ganas.

Todo comenzó con un despliegue de medios, Pep llegó con sus maletas, ya dice él que es un traginer de contes un llibreter de comarques. El escenario se comenzó a llenar de libros maravillosos, de objetos mágicos, de personajes peludos, todo dispuesto en un perfecto desorden ordenado. Entonces apareció él. Y empezó con dos acciones muy íntimas y aparentemente contrarias: se vistió con su ropa de llibreter y se desnudó con las palabras. Un exordio que cumplió su labor, a partir de ese momento, yo estaba dispuesta a creer todo lo que me dijera. Y comenzaron a aparecer libros y a sonar historias. A él se le veía corporalmente cómodo, digamos que contento con su propio cuerpo, pero espacialmente inquieto. En la segunda parte supe por qué: no está acostumbrado a contar con micrófono y dado que la audiencia era reducida (lo cual lamento mucho) pudo prescindir de él. Y entonces sí, si la primera parte había sido ir saltando de sorpresa en delicia, para la segunda, con el cuerpo en sintonía con el espacio, su encanto se multiplicó en movimientos de mago experimentado que saca un libro por aquí, un monstruo por allá, unos polvos mágicos por acullá. Todo en una danza bella y armoniosa.

Las historias: las que están dentro de los libros que se denominan "para niños". Esos álbumes ilustrados de los que muchas veces no tenemos ni idea y que son verdaderas joyas. Historias dichas, con libro en mano, de forma sencilla, delicada, con buen ritmo y tono afable y con reflexión final que seguía diciendo: "este soy yo, un vendedor de libros".

¿Y los oyentes? Puedo hablar de mi sensación: debajo de la manta ¿Los demás? Silencio absoluto y, de pronto, un ¡ahhhh! desde el corazón o una lagrimita resbalando por una adulta mejilla con el libro Mi mamá es la mejor 
(lamento no poder dar la referencia precisa, pero en ese momento no estava per romanços).

Valga decir que, cuando acabó la sesión, Pep, dulce y firme como durante toda la velada, sugirió que si alguien tenía curiosidad, se podía acercar a hojear algún libro. Todo el público, y digo todos, nos levantamos en el acto para devorar aquel placer que hasta ese momento para muchos era desconocido.

Pep lo consiguió: nos "vendió" sus libros. Y se nos vendió todo él, desde el oficio y la profunda honestidad.

Un verdadero placer.

Más información sobre las sesiones de cuentos en el Harlem en www.contesicuentos.com

Martha Escudero

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Els músics de Bremen

Explicat per Roser Ros 
Il·lustacions de Pep Montserrat 
La Galera. Col. La Galera popular, Barcelona 1997

Sabemos que los cuentos tradicionales viajan en el espacio y en el tiempo y que sobreviven adaptándose a los tiempos y a las gentes que los cuentan. Seguramente muchos cuentos han perecido porque se han dejado de contar. Afortunadamente, desde hace muchos años y en muchos lugares del mundo, muchos cuentos se han fijado en el papel. Lo creo afortunado porque aunque al fijar en el escrito un cuento que ha nacido contado y para ser contado éste queda inmovilizado, petrificado, es gracias al escrito que ahora podemos disfrutar de nuevas adaptaciones y versiones. Es como si el cuento tradicional, al quedar escrito, quedara en estado de hibernación y volviera a florecer en la boca del que lo ha leído y luego lo cuenta o en la pluma (tal vez teclado) del que lo reescribe.

Y esta edición se trata precisamente de una reescritura, una adaptación del tradicional cuento fijado sobre el papel por los hermanos Grimm. Adaptación por cierto, muy respetuosa, cuidada, enriquecida y, valga la redundancia, adaptada tanto en forma como en fondo; en una hermosa edición magníficamente ilustrada por Pep Montserrat, con detalles tan bonitos como las siluetas de los perfiles de cada personaje que hacen de entrada a su parlamento.

Me permitiré hacer algunas comparaciones entre la versión de los Grimm y la contada por Roser.

En primer lugar, esta versión no comienza contando de un hombre que tenía un burro, sino que directamente deja hablar a uno de los personajes principales, el burro, que no aspira a ir a Bremen para tocar el laúd, sino que, consciente de sus conocimientos en "brams i altres sorolls", emprende el camino entonando una canción, cosa que hará el resto de animales protagonistas con sus particulares voces. Y serán precisamente las voces de los animales las que desencadenarán las acciones decisivas que nos llevarán al final de la historia.

Otra comparación: en la versión de los Grimm, los animales protagonistas asumen su vejez (y con ella su inutilidad) dócilmente, sin juzgar a sus amos y se lamentan y se preocupan por su incierto futuro. En esta adaptación los animales, liderados por el burro, tienen opinión, juzgan a sus amos por su ingratitud, no se dejan abatir por la edad y se van infundiendo confianza unos a otros, mensaje interesante en nuestros tiempos.

En cuanto a los ladrones que viven en la casa que será "okupada" por los animales, tenemos en nuestros días un catálogo tan amplio de gente indeseable que, adaptado a nuestros tiempos, en esta nueva versión son tratados como "gent que no devia tenir la consciència gaire tranquil·la"

Por cierto, para los entendidos en lenguaje musical, esta versión incluye la letra y partitura de la canción que entonan los animales, cosa que la enriquece aún más.

Martha Escudero

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El anillo mágico y otros cuentos populares rusos

AFANASIEV, Alexander Nikoláievich 
Madrid. Páginas de espuma, 2004

Tenemos aquí una selección de cuentos maravillosos, maravillosos en todos los sentidos.

La mejor manera de comprender lo que a veces resulta confuso cuando hablamos de la sólida y memorable estructura de los cuentos tradicionales, o cuando hablamos de los “motivos” entendidos como los átomos o mínimos elementos, características o acciones contenidos en los cuentos tradicionales.

Cuentos de acción trepidante, no dejan de pasar cosas cargadas de magia. Una guía de elementos maravillosos: personajes (príncipes y princesas, hadas, dragones, brujas...), objetos mágicos y prodigiosos, encantamientos y maldiciones, reinos lejanos e imposibles, todo con la mayor economía de palabras. Cuentos ligeros, cuentos que no se detienen y avanzan a gran velocidad con repeticiones, rimas, fórmulas y todo aquello que los hace memorables.

Para leerlos hay que hacer el ejercicio del “todo es posible”, dejar a un lado los juicios morales y la ética moderna y occidental. Y lo mejor es leerlos en voz alta, porque cuando estos cuentos “suenan” crecen y crecen imparables.

Además en el estudio preliminar, realizado por José Manuel Pedrosa, encontramos un muy interesante análisis comparativo de algunos de estos cuentos rusos y sus versiones españolas.

A mi manera de ver, estos cuentos son un alimento imprescindible para el que gusta de escuchar y contar cuentos.

M. E

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Cuentos Del Cuervo. Mitos y leyendas de los indios haida

Bill REID, Robert BRINGHURST 
Madrid, Ediciones Hiperión, 1998

Los haida vivieron en una isla en el extremo noroeste de Canadá. 
 
En el prólogo, el narrador, Bill Reid escultor y dibujante de origen haida, dice que estos relatos "instruyeron, informaron y entretuvieron a los haidas a lo largo de su dilatada historia". Nosotros que distamos de aquella cultura en el tiempo y en el espacio, podemos ahora disfrutar de estos relatos teniendo la oportunidad de hacer diferentes lecturas: para los que gustan de los cuentos de ingenio en los que aparece ese personaje tramposo que siempre nos sorprende, tienen aquí buenos ejemplos ya que Cuervo, el personaje principal y una de las divinidades más importantes del panteón haida, es un embustero. Este echo, por cierto, llama la atención ¿Por qué una cultura da un lugar tan importante a un ser que, como escribe Lévi-Strauss en la presentación del libro, es "tramposo, descarado, libidinoso, grotesco e inclinado a la escatología"? La explicación que Lévi-Strauss da es sumamente interesante por su contenido y porque nos lleva a la reflexión. Y es aquí en dónde encontramos otra de las posibles lecturas de este libro ya que está lleno de símbolos. 
 
Los que gustan de los relatos cosmogónicos se podrán chupar los dedos encontrando el origen del sol, la luna, las estrellas, lagos, riachuelos e incluso el género humano. 
 
Y para todo el que guste de escuchar cuentos encontrará que estos relatos más que leerse se escuchan ya que el narrador los ha plasmado en un modo oral. 
 
Un pequeño libro muy recomendable.

Martha Escudero

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Los niños tontos

Ana María MATUTE 
Javier Olivares, ilustración 
València, Editorial Media Vaca, 2000

Estos niños tontos son niños de verdad. No son bonitos, limpios graciosos y tiernos, son de verdad.

Mucho se ha dicho y escrito sobre los niños, sobre sus capacidades y habilidades, sobre su alimentación y sus cuidados, sobre sus gustos y preferencias y claro, en todos los casos, desde la adultez. Desde lo que los grandes pensamos y creemos lo que son los niños y cómo son los niños. Pero basta con que nosotros adultos miremos atrás y recuperemos nuestros propios recuerdos infantiles para darnos cuenta que en algún momento fuimos crueles, inconscientes, incautos, insensibles, malos. Que hicimos cosas ilógicas, peligrosas o desdeñables juzgadas así desde nuestra adultez.

Los niños tontos es un espléndido libro que habla con voz de niño, con bellísimas imágenes poéticas de cosas que son reales. Un libro para ser leído una y otra vez.

Si algún padre bien intencionado guiándose por el nombre de la colección, Libros para niños, adquiere este, se llevará una sorpresa. No es un libro "fácil". Para el adulto puede ser triste, incluso cruel ¿Cómo será para un niño?

¡Lo que yo daría por poder compartir la lectura de este libro con un niño!

Martha Escudero

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Las cabritas de Martín

LÓPEZ NARVÁEZ, Carmen 
México: Fondo de Cultura Económica, Colección A la orilla del viento, 1995

Con unas hermosas ilustraciones que recuerdan a Chagal, este libro cuenta la historia de Martín y sus cinco cabritas, pero un momento muy concreto de su historia, nos cuenta de la muerte de Martín y sus cabritas. Qué difícil resulta abordar ciertos temas, pero es así. Y como los cuentos son grandes lecciones de vida aquí tenemos un ejemplo. A través de un cuento, de un cuento contado, la abuela de Pablo, el amigo de Martín que está tan preocupado porque no sabe si Martín se habrá ido al cielo, calma la ansiedad, consuela y da confianza. La abuela va narrando de forma sencilla e ingeniosa las peripecias de Martín para entrar al cielo acompañado de sus animalitos. Pablo logra al fin conciliar el sueño con la confianza de que, cuando él se vaya al cielo, se podrá llevar a su tortuga. Una hermosa manera de tratar un tema ineludible.

Martha Escudero

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Arte y trama en el cuento indígena

MONTEMAYOR, Carlos México 
Fondo de Cultura Económica, 1998

Cuando nos planteamos enriquecer nuestro repertorio de narradores con cuentos de otras culturas nos encontramos frecuentemente con ciertas dificultades para comprender el sentido de aquellos relatos que están sustentados por referentes culturales diferentes a los nuestros. Generalmente nos vemos en la necesidad de "adaptar" aquellos relatos a nuestro imaginario. Pero ¿comprendemos en verdad aquellas historias? Al momento de adaptar ¿no estaremos desvirtuando el sentido y el significado de los personajes y de sus acciones? ¿Sabemos de qué estamos hablando realmente?

Este libro, Arte y trama en el cuento indígena, propone una clasificación para el análisis de mitos, cuentos y relatos en los que se mezclan la tradición prehispánica de los pueblos de México con las aportaciones coloniales, que arrastran la tradición de cuentos indoeuropeos, más la tradición negroafricana de los esclavos llevados al Nuevo Mundo.

Haciendo mención, de una manera clara y sintética, de la clasificación propuesta por Stith Thomson de los cuentos indoeuropeos, Carlos Montemayor propone esta otra, llamada por él "elemental", para el análisis y comprensión de los cuentos de las culturas indígenas de México.

"Al suponer que todos los pueblos atraviesan por los mismos estadios de evolución y que se dirigen en la misma dirección de la civilización occidental, se consideran "primitivos" a los pueblos que se alejan del paradigma de la cultura occidental y de esta manera se ponen en un mismo saco las narraciones, creencias o prácticas de los "pueblos primitivos" de América, África o Australia".

Creo que este libro es una excelente herramienta de reflexión y análisis y que nos brinda la posibilidad de entrar en otros imaginarios.

Martha Escudero

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